Los sellos de organismos independientes son la mejor garantía para consumir productos con un menor impacto ambiental

José F. López-Aguilar

La superficie porcelánica Techlam (en la imagen, con el acabado cosmos black), de Levantina, tiene el sello Greenguard, que certifica que no emite sustancias tóxicas

 

Si el usuario tiene el derecho de saber lo que compra, el productor debería tener el compromiso de informarle. Esta es la idea que rige el concepto de ecoetiquetado y que puede convertirlo en la herramienta de mercado definitiva para favorecer la competencia en clave de sostenibilidad. Al informar de manera transparente del comportamiento ambiental de un producto, al igual que ocurre en la alimentación con los valores nutricionales, los consumidores pueden basar sus decisiones de compra en criterios que primen valores que van más allá del precio o la calidad de uso. Se estima que el 55 % de consumidores pagarían un extra por productos y servicios que procedieran de empresas activas social y medioambientalmente.

Algunas firmas, como Mobalco, refuerzan la trazabilidad medioambiental de sus productos con el sello Cradle to Cradle de reciclabilidad

Algunas firmas, como Mobalco, refuerzan la trazabilidad medioambiental de sus productos con el sello Cradle to Cradle de reciclabilidad

Aunque la inmensa mayoría de productos continúa sin ecoetiquetar y muchos usuarios no conocen las diferentes ecoetiquetas ni lo que significan, la realidad es que la idea de certificar el comportamiento ambiental de los productos para distinguir aquellos más beneficiosos no es nada nuevo. La cuestión de la transparencia viene de largo; casi desde el origen del movimiento ecologista. En 1978 comenzó a otorgarse la etiqueta alemana Blaue Engel o Ángel azul. Unos años más tarde, con la detección de la problemática de los clorofluorocarbonos (CFC) con la capa de ozono, los aerosoles que se adelantaron a su eliminación comenzaron a distinguirse de los demás gracias al etiquetado. El problema fue cuando después de su prohibición en 1995 proliferaron las distinciones CFC free, atribuyéndose un mérito que no era tal puesto que ley no lo permitía, lanzando un mensaje tendencioso e inaugurando el detestable greenwashing que tanto mal ha hecho.

Andreu World solo trabaja con madera de bosques certificados FSC. En la imagen, las sillas Alya, de Lievore Altherr Molina, y la mesa Reverse, de Piergiorgio Cazzaniga

Andreu World solo trabaja con madera de bosques certificados FSC. En la imagen, las sillas Alya, de Lievore Altherr Molina, y la mesa Reverse, de Piergiorgio Cazzaniga

Y es que la importancia de la comunicación ambiental como estrategia de marketing ha generado un fenómeno perverso conocido como greenwashing, que todos podemos identificar fácilmente si abrimos bien los ojos. Hay que sospechar cuando la identidad corporativa de una marca con mala reputación ambiental se llena de colores verdes y símbolos ecológicos. O con mensajes exagerados como decir que se protege al medio ambiente por consumir un poco menos de energía o cuando en un mueble cromado, altamente tóxico, se destaca la procedencia FSC de sus piezas de madera. O el más extendido de los mensajes malévolos: indicar que un objeto es reciclable sin que exista tecnología o canal para reciclarlo.

Hay diferentes tipos de ecoetiquetas según los aspectos en los que se basa la información y su formato. El tipo I como la flor europea, el ángel azul alemán o el cisne nórdico son distintivos otorgados por una entidad imparcial que garantiza la reducción de los impactos más importantes, según las diferentes categorías de producto. El tipo II consiste en una autodeclaración de la empresa sobre aquellos aspectos que les interesa destacar. Por su flexibilidad es la más potente como herramienta de marketing, pero a la vez la que mayor controversia presenta al no requerir de una verificación independiente. La tipo III o EPD es la declaración ambiental de producto que incluye una cuantificación de los impactos ambientales, y por su complejidad y difícil comprensión solo es útil como información entre empresas (B2B).

Estas son algunas de las certificaciones ecológicas más importantes y habituales para productos de interiorismo

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La tendencia hacia la certificación de las acreditaciones ambientales para mejorar la confianza de los usuarios lleva a que ya casi podamos vestir nuestra casa de etiqueta verde. Los productos de madera y derivados deberían disponer del sello FSC o PEFC. Los textiles orgánicos marcados con el GOTS garantizan el mínimo impacto y máxima saludabilidad para las personas mientras que el OEKO TEX identifica al resto de tejidos sintéticos que también cumplen los parámetros. La calidad del aire interior está garantizada por dos sistemas que miden la emisión de formaldehídos y otros compuestos orgánicos volátiles como son el Greenguard y el etiquetado francés de Emissions dans l’air intérieur. En cuanto a tableros aglomerados se debería optar siempre por los de clase E1. En edificación, el certificado Leed está adquiriendo mucha fuerza ya que tiene en cuenta casi todos los aspectos y va más allá del etiquetado energético obligatorio que clasifica la eficiencia de la A a la G.

Fuente: arquitecturaydiseno

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